La última Singladura

  • José Fontdecaba
  • libro
  • rústica
  • 280
  • 21x15 cms
  • 978-84-941070-9-2
La última Singladura
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Por los mares de Groenlandia las gaviotas no eran, ni con mucho, tan numerosas. También es cierto que incluso en verano la temperatura del aire descendía a cotas muy por debajo del cero. Además, eran de un carácter más reposa­do y también de mayor tamaño. Como compensación tal vez, se producía la ocasional presencia de otras aves, menu­das como gorriones, cubiertas de un plumón espeso y largo que aumentaba falsamente su volumen y las convertía en una ahuecada bola de plumas. Bajo el plumón y la piel tenían un buen grosor de sebo amarillento que, en conjunto, seguramente era lo que les permitía vivir en aquellas gélidas latitudes. Generalmente eran de color claro, casi blanco. Pero de vez en cuando, aparecía alguna con el plumaje de color o con la capa exterior más oscura que las distinguía de las otras. Tal vez por el frío, o quién sabe si por el cansancio, se posaban frecuentemente en el castillo de proa sin atreverse a bajar a cubierta por el jaleo que armaban los marineros que limpiaban el ba­calao. Daban saltitos y se acurrucaban alternativamente y a menudo eran presa de los gatos que casi todos los buques llevan a bordo.

Pero la fauna visible por aquellas latitudes no se limitaba a los pájaros y a los peces. De vez en cuando, particularmente en mar abierta, aparecía alguna ballena, casi nunca sola, que hacía las delicias de los marineros al contemplar las solemnes zambullidas que pegaba y los cho­rros de agua y de vapor que lanzaba por la nariz al emerger. Según por qué zonas, al hacer ruta de un caladero a otro, también se dejaba ver alguna orca que mostraba su vientre blanco al saltar, para luego sumergirse. En muchas ocasiones también, el salto concluía en una monumental panzada que levantaba enormes surtidores de agua.